jueves, 27 de noviembre de 2008

17, Merton Street: la resaca.

Paso la cena y la noche y, francamente, es de lo más surrealista que he vivido. Lo dejamos cuando me atrincheré en la habitación con los víveres necesarios para pasar la noche. Me puse mis cascos y a escuchar la radio.

A las 7,30 o por ahí, llegó el osteópata hipnotizador. Risas y a cenar que era tarde. A las 9 se oyen risas y voces en la cocina y, de manera sorpresiva, golpes rítmicos. No guarretes, no es lo que creéis, que siempre pensais en lo mismo, sino que se pusieron a hacer reformas. Golpes de martillazos en secuencias rítmicas y cortas (por Dios, que fuesen martillazos). Todo en la cocina, porque la vibración me llegaba a los pies (vivo encima de la cocina). Risas, conversación y, señores, entra en acción un serrucho. Qué cojones hacían con un serrucho a las 9,30 de la noche. !Joder¡ Que no son horas. Os juro que estuve a punto de bajar a ver que coño hacían, mi imaginación no alcanza a tanto.

A las 22 horas silencio, se oye que se meten en la habitación de las muñecas y ahí los dejo. Me pongo mis cascos y a lo mio.

De vez en cuando oía a la Schofield trotrar escalera arriba, escalera abajo. Por la frecuencia de las pisotadas, manifestaba una agilidad que sólo debe sacar los días de fiesta... los días de diario sube la escalera con la parsimonia propia de un mamut cambridgiano.

A eso de las 23 decido levantarme de la mesa, quitarme los cascos y acercarme hasta el abrigo, el cual está colgado en la puerta, donde tengo el móvil para poner la alarma que me lleve lozano y raudo a trabajar... Ahí fue el momento crítico... bajé la guardia y lo pagué. Al acercarme a la puerta pude escuchar a la Schofield emitiendo un gemido mas próximo al cricri de un grillo que a cualquier otra cosa. No se me quita de la cabeza... Fue un momento terrorífico: oir chingar a mi casera con el hipnotizador. Quería morirme (las arcadas casi lo consiguen). No lo podré olvidar jamás, ni tampoco el escalofrío que acompaña su recuerdo.

Como la Schofield está obsesionada con la seguridad me obliga todas las noches, cuando acabo de usar la internet a desconectar el router que está en el piso de abajo. Ese día lo dude, oyéndola escalera arriba, escalera abajo en estampida, temía ser arrollado. Aún así me dije: "Te comprometiste". Justo cuando iba a agarrar el pomo de la puerta oigo que se abre la suya y sale la Schofield gritando: "UUUUUUUoooooooooUUUUUU... wonderfull!!!!!! Retiré la mano, me hice caca del susto y decidí dejar el router encendido toda la noche (las dos primeras acciones fueron simultáneas). Me quede dormido oyendo la radio por Internet, concretamente Friker Jiménez (da menos susto).

A la mañana siguiente bajé despacio la escalera... más por curiosidad que por miedo. Quería ver como había quedado el campo de batalla y cotejar lo oído la noche anterior. La habitación de las muñecas estaba abierta: tres botellas de vino vacías (catalogué al hipnotozador en la categoría de machote en grado supino: litro y medio de vino y aún mantiene el vigor suficiente para hacerlo con mi casera (que hay que tener vigor y motivación), los platos por el suelo al lado de los sillones y, éstos, enfrente de la chimenea. La escena es clara.

Entro en el office de la casera. Estudio posibles reparaciones. No se aprecian. Entro en la cocina mirando al techo y a la galería y cuando enfilo la nevera para hacerme el desayuno, ¡zas!, me encuentro a la Schofield sentada en la mesa de la cocina. Joder, me lo hice encima del susto.

El glamour había acabado: maquillaje sin quitar y corrido, su peinado de siempre (se peina echándose un gato erizado a la cabeza) y la cara de mustia. Pense: "Atieeeeende que resaca".

Oyéndola igual iba pedo aún. "No tengo excusa", me espetó. Que maja, me va a pedir disculpas por las reparaciones llevadas a cabo en el hogar. Ni de coña... Empezó un soliloquio que no se lo salta un gitano. "No tengo excusa. ¿Por qué el ser humano es así?, los hombres son unos rastreros... Ante aquello lo ví claro: me apetecían tostadas, colacao, zumito, etc... pero trinqué un vaso de zumo y la dije: "llego tarde a una reunión" y salí corriendo de allí. Cobarde me direis, haberte quedado y nos contabas.... ya, ya... ahí os quería ver yo. Coño que se me puso a llorar.

El problema de la Schofield, y entro en el campo de la elucubración (en la segunda acepción del RAE: imaginar sin mucho fundamento), es que, tuvo un problema con los hombres como género y, para su desgracia, sigue siendo heterosexual. Por tanto, se debate entre tirarse a un tío, lo cual me parece bien, siempre que no sea testigo, y mantener su "libertad" e "independencia" (palabras que salieron a relucir en el soliloquio). La pobre está hecha un lío. Cree que libertad e independencia es estar metida en su guarida, comiendo a oscuras y quejándose cuando vienen a visitarla. Pero hay que verla con que ilusión espera la visita de su nieta (la que conozco) o del hipnosteólogo. Al final la tomaré cariño, ya vereis.